Hoy pensaba hablar de otras cosas, pero tengo que dedicar estas líneas a la noticia de la semana: el contagio de Covid del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Recibí la noticia, como muchas y muchos, con un profundo sentimiento personal clavado en el pecho. En mi pueblo, Hueyapan de Ocampo, donde en un principio pensábamos que la enfermedad era una noticia remota, una amenaza suficientemente distante como para nunca alcanzarnos.
Si la enfermedad estaba en China, Italia y España, ¿cómo podría alcanzar a nuestro apacible rincón del sur veracruzano? La terrible realidad es que sí llegó y que hasta la fecha sigo perdiendo amigos entrañables de toda la vida –uno de ellos este fin de semana-. También una de mis tías queridas está, justo en este momento, librando una cruda batalla por su vida y tiene a nuestra familia rezando por su salud.
Estoy seguro que en unos días más el Presidente podrá salir de su confinamiento preventivo y retomar sus actividades normales. Ya sabemos que su caso –como fue el mío- es uno de los cientos de miles que, gracias Dios, presentan síntomas leves y que tienden a una recuperación plena en unos días más. Desde aquí, le mando mis mejores deseos para que así sea.
Con la noticia del contagio del Presidente, al menos dos reflexiones vinieron a mi mente: la primera, que se desmontan por completo las difamaciones de que se habría vacunado de forma clandestina en los últimos meses del año pasado, aprovechando su posición de Poder.
Ya vimos que no fue así. El compañero Presidente dijo que iba a esperar su turno, según su rango de edad, como cualquier ciudadano, y cumplió su palabra. Ya se vacunará cuando le toque, como todas y todos.
La segunda reflexión tuvo que ver con la reacción de numerosos actores públicos, de todos los espectros ideológicos. Muchas y muchos de quienes han sido, son y seguirán siendo sus adversarios políticos y críticos feroces han demostrado el suficiente nivel de humanidad para expresarle solidaridad y buenos deseos.
¿Por qué pienso que es importante? Porque creo –quiero creer- que por encima de nuestras diferencias políticas seguimos siendo una sola sociedad, un solo país, de gente que podemos pensar diferente –muy diferente- pero sin odiarnos, sin festinar la enfermedad ajena, ni mucho menos desearle mal a otras y otros en sus personas.
Cuando todavía somos capaces de hacer una pequeña tregua para decirle al adversario que esperamos que su salud mejore, significa que mexicanas y mexicanos conservamos viva la esperanza de unirnos en temas fundamentales de nuestra condición humana.
Aquí en el Congreso, lo hemos atestiguado en más de una ocasión en los últimos dos años. Las y los 50 diputados de Morena, PAN, PRI, PRD, Movimiento Ciudadano, PES y PVEM nos hemos dado hasta con la cubeta cuando la ocasión lo ha ameritado, pero hemos sacado acuerdos por unanimidad cuando consideramos que un tema era por el bien de Veracruz.
También, hemos coincidido con la mejor de las voluntades en la enfermedad de alguna o alguno de nosotros –que las ha habido-, o en la pérdida de algún familiar –que también se han presentado-.
Que México y su sociedad nunca pierdan este rasgo.
Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado.