Parlamento Veracruz.
Juan Javier Gómez Cazarín
Apenas el 19 de febrero de este año, un policía de la Fuerza Civil de Veracruz fue asesinado en el municipio de Tuxpan. El compañero con el que patrullaba la ciudad resultó herido de gravedad. Se calcula que los delincuentes les dispararon en 100 ocasiones. Una atrocidad difícil de imaginar, pero que sucedió.
De hecho, el año pasado, en México, asesinaron en promedio a un o una policía diario, según datos que encontré en Internet. Poco más de uno diario, para ser exactos.
El Estado donde más policías mataron fue Guanajuato, con 54 oficiales caídos. Eso es casi el doble que en Veracruz, a pesar de que allá tienen dos millones de habitantes menos, pero no es consuelo. En los Estados como Campeche, donde sólo hubo un elemento muerto en el año, esa única muerte duele igual.
En algún lado del país, todos los días una familia se vistió de luto porque su esposo, su esposa, su hijo, su hija, su papá, su mamá, su hermano o su hermana policía murió en manos de la delincuencia. Para sus familias, esas y esos policías no son una estadística sin nombre.
En su mayoría son hombres y mujeres adultos jóvenes, en la edad más productiva de la vida. Todavía tienen vivos a sus padres y madres, y sus hijos e hijas todavía son pequeños.
¿Cómo empezó ese día para ellas y ellos? ¿Desayunaron con sus hijos? ¿Les prometieron que les iban a traer algo? ¿Le dijeron a su esposa o a su mamá que se verían en la noche? ¿Cuál habrá sido su último Whatsapp? ¿Pasó por su mente algún presentimiento? No lo sabremos nunca. Lo que sí sabemos es que esa noche fueron por ellas o ellos al Forense.
Los cadetes que entran a una Academia de Policía no son diferentes a cualquier joven que empieza el primer semestre medicina, arquitectura o licenciatura. Son jóvenes emocionados por iniciar una nueva etapa en su vida, con planes, con sueños personales, con deseos de avanzar en su carrera y mejorar su nivel de vida.
En algún lado del país, todos los días alguien pone una veladora frente a la fotografía de alguna o alguno de esos jóvenes.
Más allá de precisiones jurídicas que podemos hacer –porque las leyes son perfectibles y esa es nuestra chamba en el Congreso-, creo que no podemos mandar el mensaje de que la integridad de las y los policías nos importa poco. No podemos escudarnos en que “es su trabajo”. Ellas y ellos merecen que expresemos con fuerza nuestro rechazo a quienes los agreden por servir a la sociedad y que ese rechazo se refleje, con los ajustes que sean necesarios, en nuestro Código Penal.
Diputado local. Presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado