jueves, abril 25, 2024

Parlamento Veracruz Juan Javier Gómez Cazarín.

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Las y los veracruzanos entregamos, por conducto del Congreso de Veracruz, la medalla Adolfo Ruiz Cortines, cada 3 de diciembre, aniversario del fallecimiento del último Presidente de la República veracruzano.

Este año, cuando se cumplen 46 años de la muerte de don Adolfo, el también exgobernador de Veracruz, no podría estar más complacido de saber quién es el recipiente de la medalla que lleva su nombre: el secretario de Marina, el almirante xalapeño José Rafael Ojeda Durán.
Si bien es cierto que Xalapa no tiene mar, no es menos cierto que por las arterias y venas de las veracruzanas y los veracruzanos, aunque vivan en las faldas del Pico de Orizaba, fluye una sangre impregnada de la sal marina que ha acompañado a los 500 años de historia de nuestra tierra. Por eso no es de extrañar que un xalapeño encabece con dignidad y eficiencia la Secretaría de Marina- Armada de México y que, ahora, sus paisanos orgullosos de él se lo reconozcamos.

Aunque formalmente estamos honrando a la carrera personal de un veracruzano ejemplar, que ha alcanzado la cúspide a la que puede aspirar un soldado del mar, cuando se distingue a un marino de guerra es inevitable rendir honores a la heroica institución que representa –y que en este caso encabeza-. Ningún mexicano de bien puede escatimar gratitud a la Marina Armada de México por su lealtad a las leyes y al pueblo de esta nación, por su valor, por su heroísmo, por su intachable reputación de honradez.
Y el aniversario luctuoso de don Adolfo también es propicio para reflexionar sobre su estilo personal de llevar la ex Presidencia en su casa de la avenida Miguel Alemán de la ciudad de Veracruz. Una casa abierta al público cuyas instalaciones sorprenden por su medianía juarista que discrepa del obsceno lujo con el que se conducen los lamentables ex Presidentes vivos que tenemos en la actualidad.

El ex Presidente Ruiz Cortines vivió la vida de un hombre austero, discreto, sosegado, con la conciencia tranquila del que no se volvió millonario, ni se echó a cuestas el peso de haber traicionado la confianza del país. Un ex Presidente sin trajes de 70 mil pesos, sin frecuentar fiestas de la élite. Alejado de la tentación de intervenir en política cuando sabía que su tiempo había pasado.

Un ex Presidente que podía darse un lujo impensable para los actuales en su condición de ex titulares del Ejecutivo: irse caminando a La Parroquia para tomar café y jugar dominó con sus amigos y ser saludado por todos con respeto.

Los ex Presidentes de hoy viven en una opulencia inexplicada, pero tienen miedo, reclaman seguridad, enfrentan el reproche de airados ciudadanos y se preguntan en su fuero interno si alguien escupió su café en la cocina.

El contraste de don Adolfo con los actuales ex Presidentes es grotesco.

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